Peggy Porter
Mi hijo Gilbert tenía ocho años y llevaba poco tiempo con los lobatos scouts. En una reunión le entregaron un papel con instrucciones, un bloque de madera y cuatro neumáticos, y le dijeron que volviera a casa y se los entregara a su padre. No fue una tarea fácil para él. A Papá no le hacía mucha gracia aquello de realizar actividades con su hijo. Gilbert, sin embargo, lo intentó. Papá, que leía el periódico en ese momento, desdeñó la idea de construir en compañía de su ansioso hijo menor un coche de carreras con un bloque de madera. El bloque de madera de pino quedó intacto durante semanas. Por fin, la madre -yo- intervino para ver si descubría la manera de hacerlo. Empezó la construcción. Como no tenía conocimientos de carpintería, llegué a la conclusión de que lo mejor sería leer las instrucciones y dejar que lo hiciera Gilbert. Y lo hizo. A los pocos días, su bloque de madera iba convirtiéndose en un auto de carreras. Un poco torcido, pero le estaba quedando fantástico (al menos desde la perspectiva de mamá). Gilbert no había visto ninguno de los de los otros niños y estaba muy orgulloso del suyo, al que bautizó como Relámpago Azul; era el orgullo que se siente al saber que se ha hecho algo sin ayuda. Entonces llegó la gran noche. Con su coche de madera azul y el orgullo en el alma se dirigió a la gran carrera. Una vez allí, el orgullo de mi hijo quedó rebajado. Estaba claro que el auto de Gilbert era el único construido en su totalidad por un niño. Todos los demás los había hecho un padre con su hijo, estaban pintados de manera atractiva y tenían una carrocería de líneas aerodinámicas. Unos cuantos niños soltaron risitas tontas al ver el torcido y bamboleante vehículo de Gilbert. Para más inri, Gilbert era el único niño sin un hombre a su lado. Dos chicos de hogares monoparentales por lo menos tenían a su lado a un tío o un abuelo. Gilbert estaba acompañado únicamente de su madre. La carrera se hizo por eliminación. Se seguía en la carrera en tanto que se ganara. Uno tras otro, descendían los coches por una rampa muy pulida. Al final, quedaron el de Gilbert y el que tenía el diseño más aerodinánico y elegante. Cuando estaba a punto de comenzar la última carrera, mi hijo de ocho años, tímido e inocente, preguntó si podían esperar un momento antes de empezar porque quería orar. Todos esperaron. Gilbert se arrodilló mientras asía su extraño bloque de madera. Arqueó una ceja mientras hablaba con Dios, y rogó con fervor durante un minuto y medio que parecieron eternos. Cuando hubo acabado, se puso de pie con una sonrisa y anunció: «Estoy listo». Mientras el público animaba a los corredores, un niño que se llama Tommy estuvo de pie junto a su padre mientras su auto bajaba a toda velocidad por la rampa. Gilbert se quedó de pie -su Padre lo acompañaba en el interior de su corazón- y observaba cómo su bloque se bamboleaba bajando por la rampa con una velocidad sorprendente. Llegó a la meta una fracción de segundo antes que el de Tommy. Gilbert dio un salto mientras exclamaba: «¡Gracias!», y la multitud lo vitoreaba a voz en cuello. El viejo lobo o jefe del grupo scout se acercó a Gilbert, micrófono en mano, y formuló la pregunta obvia: -Oraste para ganar, ¿verdad, Gilbert? -No -repuso mi hijo-. No sería justo pedir a Dios que me ayudara a derrotar a otro niño. Le pedí que me ayudara a no llorar si perdía. Pues sí, aquella noche Gilbert resultó ganador, y además lo acompañaba su Padre.
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Para un niño no hay en todo el mundo nadie más hermoso que su madre. Los niños pequeños no conceptúan a su mamá según su apego a la moda, su buen gusto por las joyas, su cabello o sus uñas perfectas. Tampoco notan las estrías ni las canas. Su mentecita no advierte ninguna de esas cosas que suelen afectar la percepción y las expectativas de las personas mayores con relación a la belleza física. Por eso son en realidad mejores jueces de lo que hace verdaderamente bella a una mujer. ¿Dónde encuentran los niños la belleza? En los ojos que se enorgullecen de lo que ellos logran, en los labios que los instruyen y les infunden ánimo, en los besos que hacen soportables los pequeños dolores, en la voz tranquilizadora que los vuelve a dormir después de una pesadilla, en el amor que los envuelve en un cálido y tierno abrazo. ¿De dónde proviene esa belleza? La maternidad conlleva sacrificios, pero esos sacrificios conducen a la humildad, la humildad se adorna de gracia, y la gracia otorga verdadera belleza. Una madre que se entrega a sus hijos encarna la vida, el amor y la pureza. De esa manera llega a ser un reflejo del amor que tiene Dios por Sus hijos. Por eso estoy convencida que nada hace más bella a una mujer que la maternidad. – Saskia Smith En la mano que mece la cuna está el destino del mundo ¡Qué tarea tan importante la de una madre! Las madres de la siguiente generación son las que moldean el futuro. Puede decirse que la maternidad es la vocación más sublime del mundo. Aunque cuidar de un bebé no siempre parezca muy importante, no lo tengas en poco. Sabe Dios la influencia que puede ejercer ese niño algún día en la vida de muchas personas. Ese espíritu abnegado que lleva a las madres a sacrificar su tiempo, sus fuerzas y hasta su propia salud por el bien de sus hijos es lo que las hace maravillosas. Cualquier mujer puede tener un hijo, pero hay que ser una madre de verdad para «instruir al niño en su camino» (Proverbios 22:6). – D.B. Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Greg Lucas
La tragedia de la discapacidad no es la discapacidad en sí, sino el aislamiento que a menudo conlleva. Es una de las mayores lecciones que tuvimos que aprender como familia. Desafortunadamente, tuvimos que aprenderla a las malas. Pero las enseñanzas más difíciles por lo general conducen a una mayor comprensión y en los últimos años tuvimos la maravillosa oportunidad de crecer en sabiduría al aprender de diversas familias de varias comunidades. Si bien aún queda mucho por descubrir al respecto, a continuación enumeramos 7 premisas útiles extraídas de la comunidad de los discapacitados, las cuales han tenido un profundo impacto en nuestra familia. 1. Dios es soberano y bueno a la vez. Cuando se nos entrega un niño con una grave discapacidad, es imprescindible que podamos ver en él la mano y obra de un Dios soberano en el seno de nuestra familia. Las Escrituras establecen que ese niño no es producto de un accidente ni es una tragedia, sino que fue maravillosamente formado a propósito y conforme a un diseño del plan de Dios desde la fundación de la tierra (Salmos 139:13–17; Efesios 1:3–12). La discapacidad no es una maldición; es la bondad y la gracia de Dios ampliadas de formas que muchas familias convencionales nunca llegan a conocer. 2. Hay una razón por la cual uno forma parte de una comunidad así. Hasta que empecé a compartir nuestras experiencias, me resultó muy difícil darme cuenta del propósito y posibilidades del sufrimiento y tribulaciones de nuestra familia. 2 Corintios 1:3–7 cobró vida para nosotros durante esa época. El sufrimiento nos conduce a la íntima presencia de Dios donde tiene lugar el más dulce de los consuelos. Pero no se nos consuela para estar cómodos; se nos consuela para que seamos consoladores. Cada episodio de nuestra experiencia como familia en torno a la discapacidad fue una muestra de la gracia de Dios para que la compartiéramos con aquellos que necesitan con urgencia Su consolación. 3. La discapacidad amplía nuestra perspectiva del gozo por las cosas insignificantes. La mayoría de las familias que conviven con la discapacidad les dirán que algunas de sus mayores victorias fueron momentos que la mayoría de las familias comunes y corrientes dan por sentado. Recuerdo la primera vez que nuestro hijo pudo utilizar el baño en un establecimiento público (tenía 17 años). Acabábamos de entrar a Walmart y Jake me tomó de la mano y me llevó a los baños para hombres. Se bajó los pantalones y trató de orinar en el inodoro. La dirección le falló por completo; se orinó sobre la tapa, el piso, la pared y el cubículo. ¡Pero no se orinó en los pantalones! Nos pusimos a reír, aplaudir, gritar y a alabar a Dios en un cubículo todo orinado de un baño de un Walmart. La mayoría de las personas no llega a entender la enormidad de aquella victoria, pero la discapacidad a menudo nos permite ver cosas que los demás no pueden ver. Es un don maravilloso. 4. La comunidad nos aporta una muy necesaria objetividad. Como mencioné anteriormente, el peligro de la discapacidad es el aislamiento. El peligro del aislamiento es la idolatría (así es, nuestros hijos discapacitados pueden convertirse en ídolos). La bendición de la comunidad es que nos aporta objetividad. Todos necesitamos ser objetivos para no caer en la autocompasión y el egocentrismo. Justo cuando uno empieza a pensar que nadie sufre mayores penurias que las de la familia de uno, se topa con una madre soltera con un par de mellizos con grave autismo. Y justo cuando la madre soltera piensa que no puede seguir adelante, se encuentra con una abuela que trata de criar a una niña de 10 años que tiene síndrome de alcohol fetal. La abuela de pronto ve una pareja joven que trata de alimentar en medio de episodios compulsivos con un tubo a un niño que no responde. Estas familias están aprendiendo de las demás algo tremendamente valioso: La objetividad redirecciona nuestro enfoque introspectivo hacia la comunidad externa. Y al interior de la comunidad, la discapacidad se convierte en un ministerio. 5. Los hombres que son abiertamente francos por lo general son minoría. Aunque no siempre es así, a menudo en lo que respecta al liderazgo de la familia, las mujeres son las defensoras más prominentes de sus hijos discapacitados. La tenacidad de una madre parece ser la reacción más natural ante dicha condición en un hijo (más les vale no meterse con «Mamá oso»), pero cuando dicha tenacidad proviene de un padre indiferente o desilusionado, puede dar lugar a una debilidad desigual dentro de la estructura familiar. Una familia que convive con la discapacidad necesita de un padre que sea confiable. Dicha confiabilidad a menudo se cultiva y fortalece a través de otros hombres masculinos dentro de la comunidad de personas discapacitadas. 6. Cuando el matrimonio le cede la prioridad a la discapacidad, termina en el último lugar. Como reza el dicho: «La mejor manera de amar a tus hijos es amando a tu mujer». Aunque muy pocas parejas admiten que niegan esta verdad en principio, muchos lo hacen en la práctica. Las buenas intenciones, a menos que exista una inquebrantable voluntad para aplicar este principio, deterioran el matrimonio. El incesante cuidado de un niño con discapacidad, sumado al cuidado de otros niños del hogar que no las tienen, además de las horas extras que hay que trabajar para atender el pago de cuentas médicas y terapéuticas, sumado al estrés, la depresión y la fatiga, no contribuyen al mantenimiento del matrimonio. Un matrimonio al que no se le hace mantenimiento es como un carro que tiene una fuga de aceite. Tarde o temprano los cilindros ceden, el motor se funde y el daño causado es irreversible. Hagan todo lo que puedan para encontrar espacios en medio de su apretada agenda para pasar ratos de calidad con el cónyuge. Esposos: no esperen a que sus esposas se lo soliciten; tomen la iniciativa. Puede ser algo tan complejo como planificar un momento de respiro mediante una cita cada dos semanas, o tan sencillo como finalizar cada jornada sentados en el sofá riéndose (o llorando) mientras pasan revista a los acontecimientos del día. Aparte de los momentos de intimidad con el Señor y Su Palabra, es lo más eficaz que pueden hacer para evitar que la familia se convierta en la lamentable estadística alternativa. 7. Los niños que tienen un hermano discapacitado de ninguna forma son comunes y corrientes. Cuanto más tiempo paso con niños que tienen hermanos discapacitados, más me doy cuenta de que no son comunes y corrientes. He podido observar con asombro a hermanos y hermanas de niños discapacitados afrontando situaciones difíciles con un heroísmo que rivaliza con el de soldados, bomberos y policías. He visto a adolescentes torpes y retrasados descubrir el don y vocación maravillosos de estos chicos como cuidadores compasivos. Y muchas veces cuando empecé a sentir lástima por uno de esos niños sin discapacidad pude sentir el suave regaño del Señor que me decía: «Presta atención. Estoy haciendo algo increíble en la vida de este chico al convertirlo en la imagen de Mi Hijo.» No hay colegio —público o privado— que pueda impartir las lecciones de vida que se aprenden en la escuela de la discapacidad. Puedo afirmar sin lugar a dudas que mis hijos llegarán a ser mejores hombres gracias a su relación con su hermano discapacitado. La convivencia con Jake no solo los ha preparado para las más duras pruebas, sino que les ha permitido adquirir una profunda sensibilidad para reconocer la mano intencional de Dios en los detalles más pequeños de la vida. ¡Qué don más extraordinario ha sido su hermano! Estas enseñanzas están lejos de ser exhaustivas. Se siguen dando y desarrollando a nuestro alrededor. La apremiante búsqueda y el lozano descubrimiento de cada perla de sabiduría fortalecen nuestra familia y nos permiten verterla sobre la vida de los demás. Si están leyendo este artículo y son nuevos en la comunidad de los discapacitados, ¡bienvenidos a la familia! Es una jornada maravillosa, gloriosa, impresionante, que les abrirá los ojos a las cosas más preciadas de la vida a medida que se acercan cada vez más a la verdad más preciada durante la eternidad. Tomado de http://sheepdogger.blogspot.com/2012/02/7-lessons-from-community-of-disability.html. Joan Millins Llegará La otra noche, tuvimos a nuestros cinco niños acurrucados en nuestra habitación. Llegaron con sus edredones y sacos de dormir. Es asombroso ver a cinco niños y darse cuenta de que son nuestros hijos. Recuerdo cuando eran bebés, y los miro con tanto amor. Ver crecer a los hijos es una de las experiencias más gratificantes que hay en este mundo. Sin embargo, en algún momento en la vida de mis hijos me pregunté: «¿Este niño llegará a aprender a utilizar la bacinilla?» O «¿Mi hijo será un inadaptado social?» He aprendido que, a la larga, si un niño crece en el entorno adecuado, dejará de usar pañales, aprenderá a compartir sus juguetes y a hacer todo lo que los padres tienen tanta prisa por que los niños lleguen a dominar. Nunca es tiempo perdido el que se pasa dándoles amor y enseñándoles. Amado esposo… ¡Me dejas fascinada! A modo de ejemplo, hablaré de lo que ocurrió hoy. Teníamos opiniones distintas acerca de lo que sería tiempo de calidad dedicado a los niños. Siempre dije que tiempo de calidad debía ser preparar algo juntos, una nueva experiencia, o un intercambio de corazón a corazón. ¡Reconozco mi error! Hoy te vi conducir el tractor para cortar el césped. Lo hiciste durante horas con Shawn, de tres años, en tu regazo. Shawn estuvo encantadísimo con la experiencia; para él fue algo excepcional y para mí, una revelación. No hubo diálogo entre ustedes la mayoría de ese tiempo. No fue una tarea complicada; solo un padre con su hijo; y los dos disfrutaron de la compañía mutua. Eres un padre estupendo para nuestros hijos. ¡Gracias por amarlos y desvivirte por ellos! La guerra y los juguetes Duplo Reglas del juego: Encontrar un blanco y lanzarle juguetitos. Blanco: Mamá, ¿quién más podría ser? Empezó como algo inocente. Los niños necesitaban ordenar los juguetes Duplo, después de haber pasado un rato entretenido. Así pues, hicimos que la tarea fuera un juego. Tenían que lanzar las piezas desde el otro lado del cuarto para que cayeran en el balde donde se guardaban. Claro, la mayoría de las piezas cayeron fuera del balde. De broma, lancé a Tracy, mi marido, una pieza. Debería haber pensado en lo que pasaría. Empezó la guerra. Las armas fueron los juguetes Duplo, con la participación de todos los niños. A mí me lanzaban todos los proyectiles, hasta que mi hijito de tres años, todo un caballero con su reluciente armadura, llegó a defenderme. La guerra con los juguetes Duplo duró cinco minutos. Todo el piso quedó cubierto de piezas Duplo. Sin embargo, con la espontaneidad y prisa que teníamos todos de hacer algo fuera de lo corriente y que no se permitiría más de una vez, fue divertido y nos unió. Después, todos cooperamos para ordenar el cuarto. Lo dejamos impecable de inmediato. La enseñanza que me dejó aquel episodio fue que está bien suspender las reglas temporalmente, mientras no se pierda el control, y que nadie salga herido ni se ofenda. Me vino a la memoria que algunas de las experiencias que recuerdo con más cariño de mi niñez fueron las locuras que mis padres me permitieron que hiciera. Por ejemplo, cuando tenía cuatro años vivíamos en la India, y observé a la gente muy humilde que caminaba descalza por las calles y quise intentarlo. Mi mamá me explicó que la calle era sucia y hacía mucho calor, pero insistí y entonces ella me dejó hacer la prueba. Mi madre me llevó los zapatos, mientras vivía mi experiencia de caminar al estilo de la India. ¡Me sentí genial! Sabía que no me permitirían hacerlo de nuevo, así que disfruté de cada momento. Me quemé los pies. Eso no fue divertido. ¡Pero qué recuerdo me quedó! Megan Dale Eran las seis y media de la mañana. Me había levantado para ir al baño, solo para encontrarme con el panorama lluvioso de un día en que nuestro clan familiar había planeado una salida. La lluvia era lo de menos. El cielo sabía que la lluvia era necesaria en nuestro pequeño lugar en el sur de California. Al volver a la cama hice una pausa y miré el jardín. Un pajarillo regordete de color marrón observaba el suelo húmedo con la esperanza de darse un suculento festín con un gusano desventurado a punto de ahogarse. En aquel momento me sentía como ese pobre gusano. Durante los últimos meses había visto negros nubarrones que lentamente se acumulaban sobre mi pequeña familia. Nuestro hijo pequeño tenía demoras de desarrollo que afectaban su felicidad a diario, y a veces cada hora, manifestándose con rabietas que evidenciaban dolor y frustración. Solía despertar gritando en mitad de la noche. Normalmente era un chiquillo tierno, sensible, cariñoso y encantador. No obstante, teníamos que saber más de los obstáculos que afrontaba para poder proporcionarle mejor lo que necesitaba en su etapa de crecimiento, mientras era todavía pequeño y dócil, antes de que llegaran a su vida los efectos secundarios -y a veces trágicos- de la poca autoestima y depresión a raíz de esos desafíos. Para colmo de males, hacía cuatro días que a mi esposo y a mí nos habían comunicado que en poco tiempo él se quedaría sin trabajo; en consecuencia, tendría que buscarse otro empleo y deberíamos buscarnos otra casa. Hasta entonces siempre había acogido con ilusión las sorpresas que me depararía el futuro. Recorría el mundo buscando mi destino por dondequiera que me llevara la vida. Pero ahora me acobardaba al afrontar una novedad importante que surgió en un momento decisivo de la vida de mi hijo. Durante cuatro días que me parecieron como cuatro años me aferré hora tras hora a una pequeña esperanza, por lo general en forma de un pasaje de las Escrituras o una frase que me sirviera de tabla de salvación. Tantos grandes personajes a lo largo de la historia atravesaron épocas difíciles y a raíz de ello escribieron anécdotas, poemas e himnos; cómo me aferraba entonces a esas citas y pasajes. A veces repetía un versículo como si fuera un mantra para no perder el aplomo mientras me ocupaba de mis hijos y los quehaceres domésticos. Y me daba buenos resultados. Desde la puerta, observaba al pajarillo. Entonces oí la voz de consuelo que he llegado a reconocer como la de mi Salvador: «No eres el gusano, Mi amor; eres el pajarillo. Las lluvias y tormentas que he permitido que lleguen a tu mundo te han dado un festín; si no, habrías tenido que escarbar para conseguirlo.» De repente, mi perspectiva cambió. Tesoros que normalmente habríamos tenido que desenterrar afloraban a la superficie. Esos tesoros eran los regalos extraordinarios de una relación estrecha entre nosotros, un aprecio y amor más grande hacia nuestros amigos y familiares. Y, por medio de la oración, un deseo ferviente de encomendar a Jesús mis necesidades y temores de cada día. ¿Ha dejado de llover? Todavía no. Aún debemos enfrentar desafíos en muchos sentidos. Pero seguiremos alegres, felices como pajarillos aun en medio de la lluvia, porque aunque suene raro, ¡tenemos un festín de gusanos! P.D.: Justo un día después de aquella revelación en un día lluvioso, el hijo del vecino -un niño de ocho años-, se me acercó y me mostró un montón de gusanitos que se revolvían, y me dijo: «Si quiere gusanos, los hay a montones en esa pila de hojas». No importa; me quedo con la metáfora. ***** Lo nuevo me desestabiliza Las dificultades que tienen nuestros hijos en su etapa de desarrollo influyen en nosotros casi tanto como en ellos. Como es imposible eludir los cambios, conviene que aprendamos a sacarles el máximo provecho. He aquí algunas propuestas: Haz una distinción. Separa aquello sobre lo que tienes una medida de control de lo que no puedes controlar, y encomiéndaselo todo a Dios, que en última instancia es señor de todo. Razona. Discrimina entre los aspectos prácticos y los emocionales, y aborda cada uno como corresponda. Juntos pueden parecer abrumadores, pero por separado suelen ser más abordables. No te cierres. Puede que lo que haces y tu forma de actuar te hayan dado resultados bastante buenos hasta ahora; pero también es posible que haya alternativas mejores. Recaba la ayuda de Dios. Las circunstancias lo pueden rebasar a uno, pero no a Él. «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible». Aprovecha el factor Dios. Sé optimista. Concéntrate en las oportunidades en vez de fijarte en los obstáculos. Busca y brinda apoyo. Comunícate e investiga soluciones que terminen por beneficiar a todos. Ten paciencia. El progreso suele constar de tres fases: un paso para atrás y dos para adelante. Piensa a largo plazo. «[Dios] que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Soy tu pastor Hace falta mucho amor y generosidad para criar a una niña, y más cuando lo haces sola. Hay días en que te parece que es más de lo que puedes sobrellevar, que no puedes hacer las veces de madre y padre para ella. No obstante, sigues adelante, y eso me enorgullece. Un día te alegrarás mucho de no haberte dado por vencida, de no haber dejado de amarla e instruirla lo mejor que podías. Cuando tu hija se haga mayor, al volver la vista atrás y recordar todo el amor y los cuidados que le prodigaste se sentirá muy agradecida y orgullosa de haber tenido una madre como tú. Sé que además es difícil ser la principal fuente de sustento de tu familia. Quiero ayudarte y velar por ti. ¿Has leído el Salmo que dice: «El Señor es mi pastor, nada me faltará»? No quiero que te falte nada. Si oras y me pides ayuda, te indicaré qué hacer para pagar las cuentas y me aseguraré de que tú y tu hija tengan satisfechas sus necesidades. Alguien en quien apoyarte Los niños son una bendición enviada por mí. Cada uno de ellos es un reflejo especial de Mi amor. Nunca son un error. Yo los creo con amor y se los encomiendo a madres como tú, para que los amen y velen por ellos. Has dado muchísimo de ti para cuidar de tus retoños y sigues haciéndolo. Quiero que sepas que veo y valoro todo lo que haces. Y quiero que sepas también que estoy a tu lado para ayudarte. En muchas ocasiones no te sientes capaz de ser madre; pero si acudes a Mí, te lo haré más fácil. Es una tarea titánica, sobre todo cuando tienes que hacerla sola; pero Yo te ayudaré a superar los momentos difíciles. Te daré todo el amor y la paciencia que necesitas. Te concederé toda la sabiduría y comprensión que te hacen falta. Seré tu media naranja, alguien en quien apoyarte. Te ayudaré a tomar las decisiones difíciles. Quiero formar parte de tu familia. En tu casa quiero ser el cabeza de familia. No tienes que sacar adelante a tus hijos sola. Estoy contigo para asistirte. Tomado del libro “De Jesús con Cariño – Para Ella”. © Aurora Productions. Usado con permiso. ¿Acabas de embarcarte en la aventura de tener un hijo? ¿Te apasiona la idea? ¿Te hace feliz? ¿Te causa cierta inquietud? ¿Es fuente de satisfacción? ¿Te preocupa? ¿Necesitas ayuda? ¿O tal vez tienes hijos desde hace algún tiempo y ahora te enfrentas a nuevas o mayores dificultades? La experiencia de criar un hijo es una de las más emocionantes y gratas de la vida, y a la vez la que nos presenta los mayores retos.
Los padres son idealistas por naturaleza. Esperan lo mejor para sus hijos. Quieren hacer muchas cosas por sus retoños y darles más de lo que ellos tuvieron. Todos anhelan que sus hijos los necesiten, los amen, los admiren, los respeten e incluso quieran emularlos. Parte de la dicha de criar hijos consiste en explorar y redescubrir la vida en compañía de ellos. Las energías, la vivacidad, el entusiasmo, las necesidades y la dependencia de los niños nos motivan y nos impulsan a la acción. Ocurre con harta frecuencia, sin embargo, que los sueños de los padres comienzan a desvanecerse ante la dura realidad de la vida, los problemas personales y económicos, los conflictos matrimoniales, las exigencias laborales, el abatimiento y demás. Particularmente en esos momentos los padres tienen que descorrer el pestillo de las puertas de la esperanza, de la paz, de la alegría, de la inspiración, de la determinación, de la paciencia y, sobre todo, del amor, para acceder a un flujo de amor de tal magnitud que transforme su vida y la de sus hijos. Pero ¿cómo se hace eso? ¿Existe alguna forma de superar nuestra capacidad natural y vencer nuestras flaquezas y falencias? La respuesta es lisa y llanamente sí. Y no se trata de renunciar a nuestra manera de ser. No es preciso que seamos personas extraordinarias, talentosas o perfectas. Si existieran hombres y mujeres perfectos, probablemente no serían muy buenos padres. Es que la clave para criar bien a los hijos consiste en parte en tomar conciencia de nuestra insuficiencia. La Biblia dice que en nuestra debilidad se perfecciona el poder de Dios. Lo más importante -las fuerzas, la sabiduría, la inspiración y las soluciones que necesitamos- solo nos lo puede dar Dios mismo. También son útiles los consejos de índole práctica y ciertas técnicas y datos; pero por sí solos no nos convierten en buenos padres. La chispa tiene un origen superior, procede de nuestro amoroso Padre eterno, y está al alcance de cualquiera. Dios se ha puesto a nuestra disposición. Desea prestarnos asistencia y asimismo ayudar a nuestros hijos. Quiere que criemos niños estupendos, que disfrutemos de ellos y que gocemos cada vez de más amor y felicidad en familia. Él quiere trabajar conjuntamente contigo. Aunque consideres que otros lo hacen mucho mejor que tú, recuerda que Él te escogió a ti para velar por tus hijos, y con Su ayuda puedes ser el mejor padre o la mejor madre del mundo para ellos. Con Dios como socio, no solo se incrementarán tus aptitudes, sino que Él compensará con creces cualquier falencia tuya. Extraído del libro ¿De dónde sacar fuerzas?, por Derek y Michelle Brookes. Reflexión para padres Jesús habla en profecía Piensen en los hijos con que los he bendecido como Mis hermosos regalos de amor. Cada uno es tan preciado para ustedes, tan querido. Su bienestar, felicidad y crecimiento son de suma importancia para ustedes. También son importantísimos para Mí, pues también son Mis hijos. Piensen en mi interés por ellos y en cómo los cuido, y la forma en que se lo manifiesto a ustedes y a ellos: por medio de momentos de felicidad, risas, bendiciones y diversión; momentos de aprendizaje, experiencias y cambios; momentos que suponen un reto para su corazón y mente, y que los hacen conocerme mejor a Mí y Mis caminos. Piensen en que he prometido cuidar de los Míos, y sus hijos son Míos. Piensen en el amor perfecto que siento por ellos y en que comprendo cada una de sus necesidades y deseos, tanto los actuales como los futuros. Mediten en mi capacidad de cuidarlos, sean cuales sean las circunstancias en las que se encuentren. *** Dije en la Biblia: «¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Lucas 12:6,7; RV 1960). Me preocupo mucho por cada detalle, y en lo que se refiere a tus hijos, me intereso personalmente en ellos y cuido de ellos. «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:26; RV 1960) Si Mi Padre y Yo conocemos a cada gorrión y velamos por él, ¿no te parece que he de preocuparme por tus hijos y de velar por ellas? Ellas son también Mis hijos. Un gorrión es un ave muy pequeña y Mis hijos valen para Mí más que todos los gorriones del mundo. © La Familia Internacional Presentación en PowerPoint, gentileza de Tommy's Window (www.tommyswindow.com)
¿Qué es el costo de la crianza de un niño? Lee esta presentación para enterarte cuánto cuesta para criar un niño y que obtienes por tu dinero. Gentileza de Tommy's Window.
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